Hay revelaciones que cuando se presentan, duelen. A veces vas por la vida, sin darte mucha cuenta del camino y un día (con o sin razón) viene un flashazo de sinceridad universal y piensas "como una persona como yo ha acabado en una situación como esta???"
Entonces el instinto tiende a recapitular. Echas la vista atrás y te das cuenta de cuanto has cambiado y cuan diferente son las circunstancias. Te has hecho diferente porque han cambiado las cosas o las cosas cambiaron en cuanto decidiste modificar tu vida? Nada puede ayudar a afirmar si el cambio ha sido a mejor... en muchos aspectos, por supuesto... en otros, la duda es poderosa.
El siguiente paso es ponerte en perspectiva. Vuelves a concentrarte en el presente y empiezas con esas odiosas comparaciones con los demás. Miras a la gente que te precedió, a la competencia actual y te sientes pequeñito e insignificante. Pierdes valía, si es que alguna vez sentiste que la tenías. Y todo entra en una espiral de tristeza y frustración y desagrado personal.
Con ese concepto del pasado y el presente, el futuro no es muy prometedor. Dan ganas de darse la vuelta y correr como si no hubiese un mañana para evitar más patetismo vital. Pero no suele ser posible huir tan fácilmente y la desesperación empieza a hacer mella y a corroer el ánimo, la seguridad, la ilusión...
Mueres en vida y suplicas fuerza para renacer de la cenizas, como un bello fénix, sin recordar que es un ave de fuego. Solo hay un fuego que se aviva entre todo lo malo, se llama ira y seguramente es aún peor compañera de futuro. Ira autodirigida, lógicamente. De quien es la culpa de haber estado haciendo el imbécil y haber acabado en el hoyo? Tuya. Quien paga? Tú. Pues empieza...
Seguramente, tras el próximo golpe, miraras atrás y pensaras que eras tan diferente antes de tantas heridas...
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